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El Durmiente

En todas las culturas suele haber uno o varios personajes mitológicos que esperan en un profundo sueño letárgico -muchas veces mortal- alguna fecha determinada para despertarse, y que realizan en el mundo exterior desde ese sueño alguna misteriosa función.

En la cultura cristiana están los Siete Durmientes de Efeso, que parece ser que guardan una de las Puertas Arquetípicas de nuestro mundo para que no entren los demonios; aunque no parece que sean muy eficaces en su misión.

Algo similar ocurre en ciertas regiones de Asia Central, y en la espera de ciertas comunidades amerindias insuficientemente estudiadas, y desde luego en la mitología de grandes cifras astronómicas del mundo hindú, cuyos Yugas duran millones de años.

Tengo un tocayo llamado Manú en el origen mítico-práctico de la civilización hindú; y con el rodar de los eones y después de oír respecto a él múltiples referencias, me picó la curiosidad de conocerle, en la forma y medida en que mi librero pudo proporcionarme una traducción del Libro del Código de Manú.

Lo que se dice en ese libro es muy interesante, pero lo que más llamó mi atención es el "estado normal" en el que ese Manú se encuentra antes de que los sabios bramines le interrumpan en su meditación para pedirle algunas leyes, -y que supongo que sería el mismo estado meditativo al que volvería después de dictar su famoso e importante libro-: Una especie de éxtasis empático.

También me resultan interesantes las órdenes religiosas cristianas contemplativas, que son como la versión occidental de lo que muchísimos ascetas hacen en la India, y que fue una de las primeras etapas del mismo Gautama Buda: Contemplar Nó-Sé-Qué intensamente y profundamente.

Está acabando un periodo de un trío de siglos excépticos para quienes todo lo que no sea el Ver Para Creer no existe, pero al final de ese periodo hemos entrado de lleno en la Física Cuántica y demás afines estructuraciones de la Realidad bastante poco inteligibles para el común de los mortales vivientes. Y esto hace que el valor potencial de los hallazgos contemplativos orientales y occidentales vaya subiendo en la estimatica de las personas inteligentes. Sobre todo después de medir y contar los escasos resultados prácticos y realmente útiles del excepticismo materialista.

Otras cosas que siempre me han llamado la atención son la expresión y el lenguaje mudo de muchas estatuas antiguas, y especialmente las búdicas y las neolíticas, (como por ejemplo la de la Dama de Baza y algunas cretenses).

Mirar así y mostrar esa expresión está diciendo algo. Quizás esto no sea más que el test de las manchas de tinta, -pero eso no es precisamente "poco"-. Ese test extrae de nuestras profundidades psicológicas contenidos que no sospechábamos que existieran, pero que operan todo el tiempo en nuestras vidas y en nuestras relaciones con el exterior, igual a como se cree que lo hace el Durmiente en las diversas mitologías. Y es que todo funciona como si Alguien que se encontrara por encima de la racionalidad y del reduccionismo materialista estuviera rigiendo nuestro mundo desde dentro de nosotros mismos, o desde dentro de algunas personas muy especiales.

M a n ú

 

La advertencia

" La idea básica de sus cuentos -(de H.P. Lovecraft)- es que el hombre no debe investigar o jugar con ciertos fenómenos, y que si lo hace, traerá como consecuencia su propia destrucción. "

Después de leer tan sabia advertencia del comentarista, cerró el libro, se acomodó más profundamente en su sillón y encendió un cigarrillo. La luz era la apropiada a los gabinetes suntuosos y misteriosos donde ser refugian ciertos hombres impíos para violar las prohibiciones de la prudencia humana.

La mayoría de los lectores de relatos de terror suelen considerarlos un simple género literario cuyo único designio es distraerles un rato, pero Carlos veía en tales relatos un reguero de involuntarias pistas dejadas inadvertidamente por la imaginación de los autores al confeccionar sus obras, ya que Carlos era una especie de Sherlock Holmes del mundo fantástico al cual investigaba.

Por principio Carlos no descartaba la existencia de lo llamado "sobrenatural", pero tampoco creía en ninguna de tales existencias sin pruebas convincentes integradas en un sistema global de Realidad ontológico y psicológico. Había leído y visto prácticamente todo lo escrito y filmado sobre las imaginarias entidades extrahumanas, -fantasmas, demonios, vampiros, licántropos, seres malignos emparentados con los dinosaurios o con otras especies animales, diablos antropomorfos del futuro o de civilizaciones inaccesibles a la percepción homínida, y un largo etcétera-, y no creía ni una sola palabra de todo eso; pero seguía sin descartar la posible existencia de entidades ajenas a lo actualmente conocido respecto el devenir de la materia, de la energía y del psiquismo.

En opinión de Carlos, algunos autores de cuentos de terror utilizaban -sin ser

conscientes de ello- algún órgano mental prospectivo cuyo alcance era mayor que el de la imaginación propiamente dicha; y que tal órgano revelaba a veces existencias matemáticamente lógicas y estructuras vivientes a su modo que eran el origen real de las popularizadas ficciones imaginarias. "Los vampiros no existen" pensaba Carlos, "pero detrás de ese concepto existe Algo que es o son auténticos vampiros". Y lo mismo pensaba respecto a los demonios, los zombis, los fantasmas, los hombres-lobos y demás especies de la fauna terrorífica, -así como también respecto de las hadas, elfos, trolls, dioses y demás especies de la fauna tradicionalmente legendaria-. "Algo hay en ello".

Así que la advertencia del comentarista de Lovecraft le parecíó interesante y digna de ser tenida en cuenta, pero no por miedo a toparse en algún rito con alguna aparición satánica, sino por elemental prudencia para no hacerla surgir del interior de su propio psiquismo: "Existen dioses y demonios, pero los tenemos dentro".

Desde el fondo de su sillón en sombras Carlos emitió una suave carcajada al recordar la restringida forma en que la Ciencia actual suele considerar a lo psicológíco, reduciéndolo a una simple cuestión personal en cada caso. "Ni el Espacio que ocupa el Universo es tan grande como el área de acción de un psiquismo, ni la realidad física es tan compleja como la estructura del inconsciente". Es más, Carlos pensaba -y dicho sea en términos matemáticos-, que todo el Universo, incluída la Humanidad, son "un caso particular" de una realidad envolvente e inmanente de naturaleza psíquica. "Creemos sólo y siempre lo que esa naturaleza psíquica nos permite y nos obliga a creer".

En cierto modo Carlos era un rebelde alzado en armas en contra de la mente humana sometida a lo que él llamaba "La Gorgona", que a su vez no era más que una "deformación aberrante ideológica" de otra idea mediática llamada "La Medusa", que a su vez era la lógica resultante del choque entre "el Holograma objetivo" y la consciencia personalizada. Como se ve, Carlos no creía en los personajes de los cuentos de terror, pero sí creía en la existencia de otras cosas mucho más terroríficas aun.

Su Rebeldía iba especialmente dirigida contra la Muerte, -dueña y señora voluntariamente aceptada por toda la humanidad-, lo cual le convertía a él en guerrero de un imperio de inmortales, que él no sabía si existía ya o si tardaría miles o quizás millones de años en empezar a existir. Tal dato es irrelevante para cualquier guerrero que se rebela en contra del Imperio de la Muerte, al cual actualmente la humanidad pertenece, porque las guerras psicológicas no dependen del número de contendientes, sino de la calidad de los mismos.

Carlos sabía perfectamente que si conseguía convertirse en arquetipo, el reinado de la Muerte tendría sus días contados. Así que se atrevió a pronunciar el sortilegio: "No existe ningún dios por encima de mi cabeza".

Resonaron un trueno y un chasquido y las luces de toda la ciudad se apagaron para reencenderse casi inmediatamente.

M a n ú

 

S c r i p t u r ae

Los internautas acostumbrados a investigar en los códigos-fuentes y a redactarlos no son quizás conscientes de que se sitúan en el mismo meridiano del hecho de la Escritura, pero unas cuantas espiras más arriba.

Etimológicamente, la palabra "escritura" viene a significar "lo secreto".

Todo el inmenso galimatías de la informática internetiana procede del desconocimiento general de los módulos básicos del lenguaje que se utiliza. Y ese desconocimiento -que ya es normal en la inmensa mayoría de usuarios del correo electrónico y demás funciones de internet- parece estar fomentado por un secretismo muy particular y muy clásico en los técnicos de todos los tiempos que profesan la manipulación de símbolos como una especie de sacerdocio, motivado porque "Todo conocimiento secreto da Poder".

Se hacía llamar "Kassím", pero no era árabe sino finés, rubio y cruzado de varias estirpes meridionales que se acusaban en cierta primitivez y dureza en sus arcos superciliares y en sus pómulos, que le venía de ancestros griegos y turcos.

Era ingeniero en media docena de disciplinas, y conocía desde la escritura jeroglífica egipcia y las runas nórdicas hasta las tres lineales cretenses, la cuneiforme y una treintena al menos de otros alfabetos exóticos, todos cuyos sistemas ideográficos había combinado en una sola y única semántica global.

"Cuando una persona mantiene su pertenencia consciente a sus ascendientes de los últimos pasados siete u ocho mil años" dijo mientras removía con la cucharilla el azúcar de su taza de té "dispone de un poder ancestral que no puede disputarle nada ni nadie". Se había hecho ya de noche en la terraza de aquel cafetín de Fez, y la dama joven y morena que le acompañaba se envolvió en su chal al sentir un insólito hálito frío.

"El Olvido empobrece y mata" musitó ella suavemente con una sonrisa.

Cualquier persona ligeramente versada en la estatuaria del Antiguo Egipto habría reconocido inmediatamente las facciones de la dama en el Grupo de Men-Kau-Ra, pues eran las mismas que habían respetado los muchos siglos.

"No es una cuestión dinástica" añadió su compañero, "sino psíquica: La gran biblioteca la tenemos en los genes, y es allí donde debemos leer directamente lo que somos".

Hathor es una diosa, y ella lo sabe perfectamente, aunque de vez en cuando se cambia a un nuevo cuerpo y tiene lapsus de memoria. Ahora es una bien conocida mujer de negocios, entre los cuales se cuentan grandes cadenas comerciales internacionales. "Nunca he mirado a través de un microscopio electrónico ni pienso hacerlo jamás".

"No es necesario" repuso el hombre. "Basta con hacer instrospección".

Las personas jóvenes de vidas multimilenarias detestan estancarse en ninguna época. Tampoco Kassím siente ningún aprecio por la física moderna.

"Una ligera autohipnosis" añadíó "puede suministrarte muchos más datos que todos los análisis electrónicos". Dió un sorbo a su té. "En el fondo todo procede de cuatro palabras primordiales".

". .. . NUN . . . . . .HUH . . . . . . KUK . . . . . . NIUAU . . ." recitó lentamente la dama.

M a n ú

 

El retrato

En ciertos casos particulares, el encuentro fortuíto con el retrarto de una persona muerta y totalmente desconocida puede cambiar para siempre el rumbo de nuestra vida.

Quizás concurren en este hecho dos series de circunstancias: Por una parte la persona viviente ha de estar en ese tipo de situación en la que la inercia de su vida anterior se ha reducido casi a cero; -en ese tipo de situación de cuando no se sabe qué hacer y ya no vale la pena seguir como anteriormente-.

Por otra parte el rostro del retrato y su expresión han de contener un tácito mensaje, -como el rostro de esos guías que aparecen silenciosamente en la puerta de alguna mansión o de algunas oficinas, o de algún establecimiento militar u oficial de acceso reservado, y que al verlo sabemos sin palabras que nos va a guiar adonde corresponda-.

También es necesario que la persona viviente sepa descifrar inmediatamente la intención de una mirada -neutra para todo el mundo, menos para quienes la estaban esperando al final de su camino-.

La vida humana contiene un alto nivel de sutilezas donde ya las palabras significan cada vez menos y es el lenguaje fáctico el que hace de llave para las puertas de las áreas de alta privacidad.

Algo análogo a esto, pero en hortera y en ridículo, es la etiqueta que cada vez más frecuentemente y ya casi en todas partes se le obliga al visitante a ponerse en la solapa izquierda. Quienes saben mirar y comprender miradas no las necesitan.

De este modo es como un antiguo retrato puede convertirse en la puerta de entrada a un recinto invisible e inmaterial en donde se nos estaba esperando.

Cuanto mayor sea la importancia trascendental del lugar al que queramos acceder tánto más excluyentes serán sus condiciciones de admisión: En algunos sitios está prohibido entrar con perros, y con paraguas, y con abrigo largo de calle, y con ropa inadecuada, y -ya en última instancia- con cuerpo.

Prácticamente, en todos los lugares trascedentales es imposible entrar con el cuerpo humano con el que nos vestimos normalmente en todos los demás sitios. Quienes no sean capaces de prescindir de su cuerpo no son admitidos jamás Allí.

Esto lo supo Jorge al cabo del largo momento en que estuvo contemplando el retrato del extraño adolescente que en atuendo muy antiguo presidía el salón desde la pared de la chimenea. Si quería pasar a través del fuego y de los muros tendría que dejarse el cuerpo esperando sentado en un sillón del salón.

Y fue así como lo hizo. Avanzó hacia el fuego y las llamas le envolvieron por un instante, e inmediatamente se halló en una estancia de paredes de cristal y techo opaco que se adentraba en un jardín bajo la plenitud del medio día.

Salió a aquel exterior y se dirigió hacia un blanco y altísimo surtidor.

Lo que luego sucedió no hace al caso de este relato, ya que lo único importante a retener es que el retrato de alguna persona que vivió siglos atrás puede ser la entrada a otras realidades que confluyen con este mundo en que vivimos; y que en esos otros recintos sólo se permite entrar a los espíritus que realmente somos.

M a n ú

 

El gesto y la red

Manú leyó atentamente el artículo de Luisa Iboggio en el Cuaderno de Bitácora y se propuso consultar todo lo oficialmente conocido sobre la glándula timo. Sonrió por el resto de los comentarios de la hermosa dama, a la que no conocía pero completamente seguro de que ella era hermosa y oscura.

Ya antes le había tácitamente dedicado el cuento de La Roca de este mismo libro; así que gestionó girando separados los dedos índice y pulgar de su mano derecha y envolvió lejanamente a Luisa en una invisible red de espacio y de tiempo, y la insertó rápidamente en este mismo libro y en este cuento.

Luisa es como un lago en donde se despeñan dos opuestos torrentes, -el río de la excéptica racionalidad y el río de la milenaria tradición andina-, y su fragor silencioso es como el del Urubamba al pie del Machu Pichu.

En tiempos antiguos Luisa fue princesa Inca innumerables veces y sacerdotisa del Señor de las Cuatro Potencias, y es en este contexto en el que puede ser comprendida su regia certeza actual sobre el ámbito de la Ciencia.

Desde la más remota prehistoria es bien sabido que toda afirmación sobre la naturaleza de las cosas podrá ser revisada y rectificada algunos años después y en los siglos siguientes; y también que corresponde a los magos mantener la vigencia de los principios ancestrales enunciados en el origen de cada cosa y ser por quienes tienen la potestad de ver las esencias en devenir.

Este es precisamente el caso de Manú y de Luisa y el del puma y el jaguar.

Los cuatro están al acecho, y los cuatro se envuelven en su impasible espera.

Las aguas de río fluyen y todo pasa; pero quienes se mantienen en la orilla están fuera de la corriente que va borrando todos los recuerdos. Para ellos hay Otro Tiempo que no se mide en minutos ni en horas ni en días, sino en estaciones y en alturas. Los cuatro saben trepar por la ladera de la montaña y observar el imperceptible cambio en los árboles y en la hierba y en los arbustos, camino hacia arriba de la Nada Blanca y camino hacia abajo de la Nada Oscura. Los cuatro son tótemes de sus tribus y de sus almas invisibles.

A Luisa le molesta el aparente desprecio de Manú hacia los mortales, sin ver todavía que se trata de la actitud embromadora que se adopta con los bebés.

Los seres humanos actuales son todavía larvas, y decirles que son larvas no tiene nada de despectivo si se tiene en cuenta la metamorfosis que les aguarda. Lo que no sería ni verdadero ni justo es decirles a las larvas que son el producto final y acabado de su evolución y que abandonen toda esperanza.

Luisa conoce algo del Alma, aunque a Manú le parece que lo que ambos saben o conocen respecto al Alma no es todavía totalmente suficiente para enunciar una teoría completa sobre el asunto. Que el alma humana es Algo es evidente; y que ese algo está Estructurado es bastante probable. Y en este punto Manú le da la razón a Luisa sobre la imprescindible necesidad de idear algún tipo de lenguaje cuyos términos se ajusten exactamente a lo que se quiere decir, sin más analogías cientificoides ni de demás formas coloquiales.

"Nosotros Las Almas" es el título de un libro inédito que Manú escribió hace años, y que junto con otros muchos está a la espera de que llegue su milenio.

Salvo excepciones, jamás se debería escribir para el presente, porque toda idea aceptable para una generalidad es siempre sospechosa y queda uncida a la época en que triunfa, y con ella va muriendo día tras día. Es preferible tener la paciencia de las rocas y de las estatuas de los dioses, y sonreírle al Tiempo.

M a n ú

 

Carpe diem

"Aprovecha el día de hoy", que es lo que significa la locución latina que da título a este cuento, ha sido un consejo recurrente a lo largo de más de dos milenios para incitar al oyente o al lector a aprovechar placenteramente los días de su efímera juventud, -pero ése es el sentido más banal y menos interesante de este adagio-. Y es que hay cosas mucho más rentables y más importantes que aprovechar en cada día de hoy, desde el primer momento en que uno comienza a tener uso de razón y a hacerse responsable de su propia vida.

Tendría Angelito no más de nueve o diez años cuando tuvo su primer enfrentamiento con su director espiritual en el colegio de curas en donde estudiaba.

"Prefiero tener que arrepentirme a tener que lamentarlo" explicó al severo anciano.

"¿Y cómo distingues tú esos dos verbos?" replicó a su vez el viejo jesuíta al filosófico alumno arrodillado en el confesionario.

"Se arrepiente uno cuando ha hecho algo malo; y lo lamenta cuando no ha hecho algo que podía ser bueno".

Fueron pasando los días y los meses y los años y aquella norma de conducta fue una de las muletillas de Angelito, después convertido en Angel, y después convertido en Don Angel. Naturalmente tuvo que arrepentirse de innumerables acciones por no haberlas querido lamentar en su momento; pero así y todo, el balance era positivo. Angelito y Angel y Don Angel fueron un buscador incansable de fascinaciones y misterios. Él distinguía lo que es una "fascinación" de lo que es un verdadero "misterio" en el componente emocional del asunto. Las fascinaciones gustan y dan un pelín de escalofrío, mientras que los misterios son como el clishé del negativo de la misma foto.

Así que cuando alguien le propuso meterse a hacer magia no lo dudó ni un momento. En el colegio se decía que los malvados satánicos trabajan con hostias consagradas conseguidas por viejas que van a comulgar y se la sacan de la boca y las guardan en un pañuelo, pero él no se creía que eso pudiera funcionar, porque una hostia ensalivada pierde su principal componente, que es su espiritualidad mágica. Tampoco vale una hostia robada directamente del copón, porque se la está sacando de su contexto.

Con el agua bendita pasa tres cuartos de lo mismo: Angelito no se creyó nunca que sirva para espantar vampiros. Ni los crucifijos tampoco; -(a menos que los vampiros les tengan asco porque les recuerde a la muerte)-. Así que después de darle muchas vueltas a lo que la mayoría de las personas entienden por "magia", Angelito, Angel y Don Angel, optaron por investigar en profundidad el tema sin cortapisas ni prejuicios.

Si tuviéramos que hacer la relación nominal de los supuestos magos y brujos que visitaron A., A. y D.A., no tendríamos sitio para más en este libro; por lo que vamos a omitirla. Pero un día muy concreto le ocurrió un encuentro casual y momentáneo totalmente trascendental; duró unos tres o cuatro minutos: Fue su encuentro con el Sol:

Fue un 21 de marzo hacia la una y veintidós -hora oficial- del medio día.

Angel había viajado a un pueblo de la sierra para pasar sus vacaciones de semana santa, y a aquella hora estaba paseando por un bosque a modo de parque que había en los alrededores del pueblo. Encontró una fuente construída rodeada de cuatro bancos de mampostería y se sentó. Desde allí divisó entre los árboles una especie de basamento de un inexistente edificio del que quedaban dos escalinatas simétricas. Se levantó y fué hacia allí.

Se acerco; lo rodeó; subió por una escalera a una plataforma rectangular rodeada por un banco corrido a excepción de por dos huecos para el final de las escaleras. Bajo y anduvo observando: Allí había algo sumamente extraño que no acertaba a definir. Observó atentamente las cuatro paredes de la construcción, incluso pasando su mano al tacto. Observó también los escalones y sus gruesos muretes a modo de pasamanos. Sentía en las sienes los latidos de su corazón espectante y una levísima presión obsesiva en el centro de su frente. Estaba completamente seguro de que allí había algo totalmente extraño e inusual, pero no encontraba nada que revelara qué.

Hasta que de súbito lo comprendió: No era que allí "hubiera algo", sino que allí "faltaba algo que debía estar": LA SOMBRA.

Efectivamente, no había ni un milímetro de sombra en toda la construcción, ni en sus paredes ni en el suelo al pie de las paredes.

Miró su reloj de pulsera, -era la una y veintidós, hora oficial del medio día en el meridiano del lugar, un día 21 de marzo-. Aquel fenómeno no volvería a repetirse hasta seis meses después, y era muy improbable que alguien pasara casualmente por allí durante los tres o cuatro minutos en que era observable.

Se dirigió adonde vivía el cronista de la villa, que era también médico del pueblo, y le contó su hallazgo.

"El sitio que usted ha visto se llama "El Merendero", y lo único que sé de él es que fue restaurado en 1.906, por algunos desconchones que tenía en el revestimiento de mortero y algunas erosiones producidas por la intemperie en su estructura de piedras. Lo que sí hay por allí muy interesante es un círculo de dólmenes en las montañas, que tienen al "Merendero" exactamente en su centro".

Aquella noche Angel volvió al lugar. Era plenilunio. Se sentó, frente a la Luna, en el banco corrido que coronaba a la construcción, y esperó a apasionarse.

El viento a través del bosque parecía susurrar una ancestral canción musitada por millares de gargantas. Imaginó que todo el valle estaba ocupado por una multitud sentada en el suelo. En un momento dado sintió que una fuerza interior le puso en pie y le obligó a alzar los brazos, y sus pies iniciaron la danza griega del sirtaki.

Fue con esta danza con lo que adoró a la Luna y al Sol Ausente.

Fue su primer rito verdaderamente mágico, del que no se arrepintió jamás.

M a n ú

 

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